Un pequeño desahogo sobre la «hiperespecialización» del abogado

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La impartición de clases en diferentes Máster de Acceso y el constante contacto con estudiantes, becarios y abogados junior permite tener acceso continuo a las preocupaciones de quiénes quieren acceder al mercado laboral de la abogacía o se encuentran en ello, lo que constituye a muchos efectos un gratificante y enriquecedor retorno.

Llama poderosamente la atención la obsesión con la adquisición de una formación y conocimientos muy especializados en alguna materia concreta, o permitidle llamarlo así, la «hiperespecialiación», tendencia que tiene un origen o causas complejas en las que confluyen factores de muy diverso tipo, cuyo análisis no es nuestro propósito en estas líneas.

Las bondades de un conocimiento especializado son obvias, no merece la pena detenerse ahora en ellas, y constituyen la manifestación de la madurez de un mercado jurídico, impulsado, en este punto, como en otras muchas cuestiones, por la estructura y funcionamiento de las grandes firmas y empresas de servicios jurídicos.

Ahora bien, como en todo, en el equilibrio y el punto medio se encuentra la virtud; la formación de jóvenes excesivamente especializados en un área muy concreta desde sus inicios, puede truncar una adecuada formación jurídica, dado que en ocasiones no permite tener una visión de conjunto del ordenamiento jurídico, que ampare a la larga disponer de un «olfato» y «sentido común» jurídico, que en muchas ocasiones es el verdadero valor añadido (y no la simple aplicación de un proceso). Incluso, la verdadera especialización, ha de partir necesariamente de una adecuada base multidisciplinar, dado que cualquier especialidad jurídica, forma siempre parte de un ordenamiento jurídico complejo. Una actividad excesivamente especializada corre el riesgo de limitarse a una mera repetición de análisis y procesos en el tiempo, perdiéndose por el camino lo esencial del asesoramiento jurídico.

A lo anterior ha de añadirse que frente, a los escenarios  que se anuncian de progresiva participación de ordenadores, inteligencia artificial y nuevas tecnologías tendentes a sustituir la intervención humana en prestación de servicios jurídicos, la única vía para reforzar la posición del abogado en ese escenario futuro, es apostar por un asesoramiento jurídico que sea tal, -en el sentido clásico- y eso pasa necesariamente por una formación global y de conjunto, que sin dar la espalda a la especialización sea capaz concluir en un consejo y orientación jurídica que, en muchas ocasiones, no es una simple respuesta concreta, o un tanto por ciento determinado. Se trata de la recuperación de alguna de las esencias del asesoramiento jurídico tradicional, para dotar de más valor al mismo, muchas veces convertido en una simple aplicación de procesos y precedentes específicos. Merece la pena el esfuerzo.

 

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  1. Totalmente de acuerdo. En ese sentido, me gustaría recomendar un clásico del Derecho, que además se disfruta por su claridad: El negocio jurídico, de Federico de Castro.

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